En el 2016 la Academia Americana de Pediatría alertó por primera vez del impacto del mundo digital sobre la salud y publicó las directrices sobre el uso de pantallas en la infancia. Estas fueron el resultado de un análisis multidisciplinario de estudios provenientes de la psicología infantil y la neurociencia, con el objetivo de promover un equilibrio saludable entre el uso de la tecnología y otras actividades esenciales para el desarrollo infantil. Sostenían que, antes de los 18 meses de edad, no debían entrar en contacto con pantallas y, hacia los dos años, se debía limitar el uso a una hora al día, considerando que el contenido fuera de calidad. Ese mismo año, la Asociación Española de Pediatría desaconsejaba el uso de pantallas hasta los dos años, salvo en el caso de videollamadas con familiares cercanos, para fomentar la interacción social.
En Sexualidad ATI, dimos a conocer esta información en conferencias a familias a cargo de las infancias. La reacción fue inmediata: “es una exageración”, “eso es imposible”, “la tecnología forma parte de su vida y entre más pronto la conozcan, mejor”. Tachaban de exagerada las propuestas y de imposibles de cumplir.
Los años han pasado, hay nuevas y variadas investigaciones con evidencia científica del efecto que el uso de pantallas tiene en el desarrollo intelectual, emocional y físico de niñas, niños y adolescentes. A partir de ellas, este año la Asociación Española de Pediatría actualizó sus recomendaciones para el uso de pantallas y ¡vaya que cambiaron!
Ya no se habla de prohibir las pantallas hasta los dos años de edad, ahora la recomendación es evitar toda exposición a pantallas hasta los seis años de edad. De seis a doce años de edad, limitar su uso a una hora diaria, teniendo en cuenta el tiempo que la utilizan dentro de la institución educativa y para realizar los tareas escolares. De trece a dieciséis años, menos de dos horas.
Es importante considerarlo seriamente pues el impacto del uso excesivo de pantallas en la infancia y adolescencia es multifactorial, afectando a diversas áreas relacionadas con la salud y el bienestar, que reducen la calidad de vida. Entre menor sea la edad, mayores efectos, pues en la primera y segunda infancia, el cerebro, y muchas otras partes del organismo, apenas se están desarrollando, y el efecto de las pantallas puede ser nocivo. Recordemos que el cerebro termina de desarrollarse entre los 25 y 30 años de edad.
Entre los estudios que avalan estas recomendaciones, se corroboró que el uso excesivo de pantallas perjudica áreas como el sueño, genera un riesgo cardiovascular y disminuye el volumen de la corteza cerebral en varias regiones. Se confirmaron así distintos impactos en el neurodesarrollo a diferentes edades. Aquí algunos de ellos:
El uso de pantallas para premiar o distraer a infancias de 1 a 4 años provoca que los necesiten para calmarse, dificultando el desarrollo de estrategias de autogestión y obstaculizando el desarrollo de autorregulación e inteligencia emocional.
Si la infancia es incapaz de nombrar, dimensionar y regular sus emociones, tampoco podrá desarrollar las neuronas espejo que le permitan identificar sentimientos e intenciones de las demás personas. Esto es piedra angular de la prevención del abuso sexual.
En la adolescencia las pantallas aumentan la activación de la región límbica —de por sí activa en esta etapa de vida— y disminuye la actividad prefrontal. También se relaciona con peores resultados cognitivos, una disminución de la capacidad de filtrar las distracciones y un aumento de la impulsividad y disminución de la memoria de trabajo.
Si las adolescencias tienen mayor actividad en el cerebro límbico, aumenta la posibilidad de generar procesos de adicción. A la par, al disminuir la actividad prefrontal, tendrán menor capacidad de pensamiento crítico, análisis de riesgo y esto hará que su impulsividad aumente. Si no pueden concentrarse, se dificultará su capacidad de medir el peligro,leer el entorno y tomar buenas decisiones frente a situaciones de riesgo.
El uso excesivo de pantallas también está relacionado con el aumento de ansiedad y depresión, mermando la salud emocional y mental.
En Sexualidad ATI tenemos la certeza de que esto es verdad, lo corroboramos día a día al observar a niños, niñas y adolescentes en los talleres que impartimos en distintas instituciones educativas. Si además agregamos que muchos de los contenidos a los que tienen acceso son inadecuados a su momento de vida, la afectación es aún mayor. Recordemos que la identidad también se construye a partir de los mensajes que envían los medios de comunicación, y las infancias y adolescencias necesitan discursos éticos y coherentes que les ayuden a construir su mejor versión.
Es indispensable que las personas adultas cuestionemos el uso de la tecnología en las infancias y adolescencias y les acompañemos en su uso para permitir el desarrollo pleno de sus capacidades.
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