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Vivir sin miedo

–Mami, ¿puedo ir a la tienda? Me preguntó mi hija de 13 años. La tienda a la que se refería está a unas pocas cuadras de casa. Apenas escuché su petición me invadió miedo. Sí, miedo de que fuera sola.

–Mi hermano podía ir solo a la tienda a mi edad. Fue su reclamo cuando le dije que no.

Y tenía razón, yo también salía sola a su edad al parque, la panadería, la papelería, me la vivía en la calle jugando con mis amigos o andando en bici hasta que llegaba la hora de cenar.

Desde hace tiempo no ha dejado de rondar en mi cabeza la pregunta ¿Cómo podemos generar niñas autónomas, libres en un mundo como el que vivimos?

En estas semanas trabajé con un grupo de adolescentes de 16 y 17 años que con justicia reclamaban “Las mujeres tendríamos que tener el derecho a vestir como queramos sin tener el miedo a que nos hagan algo y nos culpen por haberlo provocado”. Adultas jóvenes, de preparatoria, comentaban en otro taller: “las mujeres queremos ir a fiestas, beber, divertirnos sin que los hombres se aprovechen de que bebimos para abusar de nosotras”.

También ellas tienen razón. Las mujeres tenemos derecho a estar seguras en los espacios públicos y en la intimidad de nuestra casa, con nuestra pareja. Nos merecemos vivir sin miedo.

¿Cómo educar en esperanza a mi hija cuando tengo miedo de lo que puede pasarle por ser mujer? Cuando ella me pedía permiso para salir sola no dejaba de rondar en mi mente la cifra que escuché tan sólo el día anterior: “cada 160 minutos se asesina a una niña o mujer en nuestro país”.

¿Cómo no contagiarla de mi miedo? No quiero que el miedo la paralice y la invite a recluirse, a renunciar a su libertad; pero la quiero viva y segura.

Creo que una posible solución está en educar en la esperanza de que podemos construir mundos mejores, brindarles herramientas a las mujeres para vivir su libertad tratando de minimizar lo más posible el riesgo.

Esto sólo es posible si somos solidarias entre nosotras, si tenemos sororidad. Así, las mujeres sabrán que pueden ejercer su derecho a ir a fiestas y beber, siempre cuidándose unas a otras, estableciendo una palabra clave entre ellas que les indique que están incómodas y necesitan de su grupo de amigas para sortear una situación de riesgo.

Cuando salgan a un espacio público sabrán mantenerse en grupo para protegerse. Analizarán que es injusto que tengan que cuidar su forma de vestir o por donde caminar, pero no por eso dejarán de caminar en este país. Estarán atentas en la calle para medir los riesgos y pedir ayuda si lo necesitan, pero no dejarán de salir. Estarán informadas y empoderadas para no ponerse en situaciones de riesgo.

Aquél día me armé de valor y acompañé a mi hija a la tienda, analizando con ella los riesgos que podrían existir cuando camine sola, sin tenerme a su lado.

Di un paso más allá: la invité a ver a todos los grupos de mujeres que hoy luchan para lograr un mundo libre para todas. Fuimos juntas a nuestra primera marcha para pedir justicia y libertad para las mujeres, e iremos a la próxima. Construiremos juntas entornos de libertad, invitando a los hombres que son amigos, hijos, hermanos, compañeros en esta construcción. Tal vez así, con el tiempo, todas las niñas de su edad podrán salir solas a la calle sin miedo de no poder regresar a casa.

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